
“Hay que celebrar, hay que hacer de cada partido una fiesta. No sé bien cómo, pero creo que esa es la única manera de sobrevivir a las derrotas. Celebrar y abrazarnos, aunque sólo sea para desconcertar a los que ganan, a los que mandan. Que al menos se pregunten por qué somos tan jodidamente felices siendo del Murcia o del Mallorca”. Esclavo y profeta del murcianismo, Alejandro Oliva (Murcia, 1975), ruge. Lo hace con Luis María Valero, otro animal, en su libro Hasta el Final (Editor Diego Marín, 2016) y en su crónica semanal (no escrita, sangrada) en Mondo Moyano. Suya es la voz que clama en el desierto de la Segunda División B y anuncia una primavera que no acaba de llegar. El Segura, teñido de grana, riega la semilla pimentonera y lame las heridas de su ciudad. De fondo, siempre, Oliva ruge. Como ese león del Atlas. Como las olas del Mar Menor.
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