Qué sensación tan extraña tuvo que tener Dani Giménez. Girarte a toda prisa a por el balón y toparte de frente con un corazón desbocado. Las redes todavía bailando, bañadas en sangre y sudor, imagen empañada por la humedad de esa lágrima. Cada latido, un deseo; cada latido, una ilusión. Tambor vivo, atronador, marcando el paso de una Isla, imponiendo la cadencia de las olas del Mediterráneo. Principio y final. Primera División.
Soñar es lo que había que hacer y soñar es lo que hemos hecho. Y, aun así, nos hemos quedado cortos. Esta plantilla es un regalo, este cuerpo técnico es una bendición. Forjados a fuego lento, con las botas sucias del fango de mil batallas, estos jugadores han demostrado una profesionalidad que dignifica la siempre controvertida figura del futbolista. Imperfectos, como debe ser, pero valientes. En una categoría marcada por la igualdad, ha sido su tesón, su perseverancia y su generosidad lo que ha llevado a este grupo a conquistar el nuevo continente y a repoblar la grada de Son Moix.
Algunos confundieron su atrevida apuesta por la entrega plena. Elucubraban y sentenciaban que un sacrificio tal no podía ser más que un disfraz a medida para tapar unas supuestas carencias futbolísticas. Latentes, brotaron en Córdoba y florecieron en Tarragona. ¿No habían metido ya su dedo en la marca de los clavos? ¿No habían metido la mano en Su costado? ¿Qué más necesitaban? ¿Ganar? Ganar siempre, es imposible.
Y aunque no cambio este ascenso por otra derrota honrosa, no olvidemos que idolatramos a aquellos que se vinieron de vacío de Mestalla; a los que perdieron en Birmingham y a un entrenador que todavía no ha ganado una final. Ganar no es el objetivo. Se escapa a nuestro control. Lo deseable, eso sí, es salir a por la victoria como lo hicieron ellos y como lo ha hecho este Mallorca. Cada partido. Y eso, aunque factible, está al alcance de muy pocos.
Menos mal que esta crónica no se escribe con la garganta. Rota, todavía, por el esfuerzo. Como la rodilla de Abdón. Como el corazón mallorquinista. El mismo que recogió Dani Giménez del fondo de las mallas. Que contempló por un momento y ante el que no tuvo más que agachar la cabeza. Ese que latió…, y latió…, y latió al borde del colapso hasta en tres ocasiones. Budimir, Salva Sevilla y Abdón. Ese que regó con su sangre los eriales de la categoría de bronce y rejuveneció en los campos de Segunda División. Ese, gigante, tan grande como nuestro mar, que, henchido sobre nuestro pecho, rompiendo las costuras del escudo, regresa a Primera División.
Felicidades Luis, se que sientes los colores como el que más y estarás viviendo un sueño hecho realidad. Creo que el Mallorca resultó ser un convidado de piedra, ese ilustre desconocido al que daban por descontado. Quedo demostrado que un equipo con convicciones puede superar a conjuntos superiores en las estadísticas.
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