Creo que tenemos motivos más que suficientes para que nos duelan las derrotas, para no aceptarlas como norma. Y, aunque molesto, ese malestar es síntoma inequívoco de que estamos vivos. Porque atrás quedaron la resignación, nuestra lucha contra lo inevitable, nuestra noche sin mañana. Aquella maldita adicción por el fracaso hizo que sobrevivir se convirtiera en una agónica quimera y nuestros huesos chocaron contra la fría losa del sepulcro. Muertos. Lázaro en Segunda B.
La lucha de Abdón por ese balón perdido en el área local del Peralada se encargó de mover la piedra que cerraba la puerta a cal y canto. Entró algo de luz, poca, y la orden sonó enérgica desde la zurda de Bonilla: “Levántate y anda”. Pum, pu pum. Suave, casi imperceptible, el corazón, inútil por el desuso, volvió a latir.
Erguidos de nuevo, dimos los primeros pasos en medio de la nada. Una victoria aquí, otra allá. De la mano de Vicente Moreno el equipo recordó lo que significa competir. ¡Qué difícil es volver cuando hasta se te ha olvidado respirar! Y paso a paso, siguiendo el imperativo de Peralada, llegamos a Miranda, estación de paso. El ascenso nos dio el alta definitiva y supuso el fin de una penitente rehabilitación.
Y ahora ya no basta con sobrevivir. Ahora, con todo merecimiento, lo que deseamos es vivir. Vivir mejor. Cansados estamos de alimentar a nuestros miedos, orondos marqueses sentados a la mesa de la amenaza. Y sin negar la existencia de la derrota, enemigo ancestral, lo que de verdad ansiamos es una nueva victoria con la que seguir nutriendo a nuestra ilusión.
Andar era el objetivo y andando hemos llegado hasta donde estamos. Sustituyamos el miedo por la ilusión. Una ilusión sana, natural. Tengamos la valentía de soñar con llegar con opciones hasta el final, aún a riesgo de sufrir una decepción. El fracaso, el verdadero fracaso, sería no intentarlo habiendo llegado hasta aquí.
Por eso duelen tanto las derrotas en Almería, Pamplona y Albacete. Porque estamos más vivos que nunca en estos últimos cinco años. Porque vivir duele. Porque soñar siempre es una apuesta arriesgada.
Lázaro, cabrón, levántate y anda.