Carlos Román ( @carlosmallorca )

Fue hace casi dos meses, con el verano a punto de florecer y las trampillas de todas las categorías abiertas de par en par. Sin fallar el tiro y alardeando de una solvencia que no recordábamos, el Mallorca enterró a orillas del Ebro una de las etapas más sombrías de sus continuas caminatas sobre el alambre, que no son precisamente pocas. “Ha cerrado el círculo”, repetíamos todos aprovechando que a la entrada de Anduva aún estaba pintada a tiza la silueta del cadáver que se habían llevado de allí un año antes. Lo había conseguido. El Mallorca volvía a casa de sus padres.

Cuentan que la Segunda División es una de las categorías más apretadas de Europa, que evidentemente es mucho más fácil de decir que de probar. O que es un dado con un montón de caras o un cristal con infinitos reflejos. Para el Mallorca ha sido durante la mayor parte del tiempo su refugio natural, el escondite en el que ha pasado más años de su vida por más que ahora nos nublen otros recuerdos. No es el único hogar en el que creció, vale, aunque muchos lo identificábamos como su morada familiar entrados los noventa, cuando no había internet para enterarse de quién era Irulegui ni una triste cuenta de Twitter a la que pedirle opinión sobre Eres o Edu Arnau. Uno de los momentos del año llegaba cuando el Canal Plus venía al Sitjar para televisar el partido contra el Mérida de domingo a mediodía.

Aquella Segunda tan rudimentaria tenía su encanto y algunos llegamos a sentir cariño por ese habitáculo tan básico en el que vimos al Mallorca. Un cariño con asterisco, porque bien que nos olvidamos de él cuando lo abandonó para conocer mundo y disfrutar de una vida mejor que con el paso del tiempo creímos eterna. Se independizó, entabló amistades influyentes y le funcionaron los negocios. Lo suficiente como para vivir más de tres décadas a lo grande: vistiendo a la última, viajando con frecuencia, y recorriendo casi a diario los locales de moda. Hasta que se acabó, hace unos cinco años. Una de sus juergas terminó mal y mientras los colegas discutían buscando al culpable, el Mallorca volvía a casa de sus padres. A una casa oscura y sin vistas que había olvidado y que despreciaba. En ella malvivió, sin aceptar nunca su nueva situación y sin adaptarse a lo que se le exigía. Jamás entendió sus horarios ni aceptó sus limitaciones. Se descuidó tanto que volvió a salir de allí en cuatro años. Pero esta vez, más que irse, le echaron.

En la calle, sin un techo que le protegiera de la lluvia y transitando por lugares de los que apenas había oído hablar, se le abrió una nueva puerta. Aprovechó los recursos que aún conservaba (muy superiores a los de sus vecinos, por cierto) para negociar una digna y rápida vuelta a casa y escapó enseguida de los peligros que le acechaban. Acicalado y arrepentido sacó el billete de vuelta. Iba a regresar a ese domicilio que tanto había odiado y en el que tan mal se había sentido, pero esta vez haciendo el camino a la inversa. La casa parecía reformada, tenía más luz, cuadros modernos y una serie de elementos decorativos que, pese a estar ahí, nunca había apreciado.

El estado de ánimo es diferente, aunque la situación es igual de espinosa que hace cinco años. Vuelve a estar empadronado en un barrio con todas las comodidades y buenos accesos a la autopista, pero ya no presidirá la mesa, tendrá que vigilar sus modales y dormir en una habitación más pequeña. Su pasado reciente, el respaldo que recibe desde Arizona y su herencia le obligan a pensar otra vez en independizarse, pero sobre todo, a no recaer en sus errores más tóxicos. Ahora solo nos falta saber el tiempo que quiere pasar de nuevo en casa de sus padres…

Carlos Román

Dicen que entró en la redacción de Última Hora sin barba, pero igual de alto y flaco que hoy. El niño que cruzó ese umbral por primera vez en 1999, ha tenido tiempo de conocer a Eto’o, convertirse en un hombre y ser respetado como un cronista de excepción de la actualidad más reciente del @rcdmallorca. Gatillero, berraco y temeroso de Dios. Así es Carlos Román.

Un auténtico privilegio para el BarraletHerald poder contar con su colaboración.