Joan Sans ( @JoanSonite )
¿Qué no haríamos por cumplir nuestros sueños? ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar por alcanzar aquello a lo que siempre hemos aspirado? Me quito la careta por un rato y envío a la mierda la educación de mis hijos, el futuro al lado de mi pareja, el bienestar de mi madre, las risas con los amigos o la seguridad que otorga el curro; hoy me olvido de los pilares que sustentan mi burguesa existencia y confieso que lo dejaría todo por tocar la batería, el gran deseo de mi vida. Porque los sueños hay que cumplirlos… o, al menos, intentarlos. Anhelo tocar la batería desde crío. Lo hice una vez, hace como 25 años, en el garaje de casa de un amigo del colegio, pero lo hice semánticamente, con la mano, sin baquetas, y no me pareció suficiente. Me encantaría desarrollar el talento de aporrear bombos, cajas y platos como un demonio, y hacerlo con sentido. Y pese a que dé que pensar que no haya hecho nunca nada para conseguirlo (“al menos cómpratela” -me dijeron una vez- “y así te obligas a tocarla” -insistieron-), que da que pensar, no quiere decir que no sea así porque pienso en ello constantemente e, incluso, muchas veces me sorprendo haciendo de Keith Moon al volante ante la mirada atónita del pequeño desde su sillita. Han sido muchas las ocasiones en las que he pensado en apuntarme a clases y, como mínimo, probarlo y certificar directamente que no valgo. Pero hasta ahora nada ha cambiado y, seguramente, así seguirá. ‘De haber sabido, podría haber sido un gran baterista’, rezará mi epitafio. Sucede cuando en la vida siempre se toma el camino fácil. O, al menos, cuando se toma conscientemente.