Míchel Barba ( @MichelBarbaFDZ )

Una excelente carcasa exterior que cubre un interior poco cuajado. Irregular. El sabor, eso sí, delicioso. El Dani Rodríguez que conocimos era sobre el césped un hijo indiscutible de las cocinas que lo alimentaron de rapaz. Una hermosa lucecita intermitente, rica tortilla poco hecha, un “casi todo muy bien”. El alumno del eterno notable. Apareciendo y desapareciendo en el mediocampo devolvió al Albacete a la categoría de la que un año antes otros lo arrojaron. Una experiencia que también ha empapado cada rincón de Son Moix.

El verano de 2016 todos queríamos a Pablo Rey, del Racing de Ferrol. Pero tuvimos a Daniel Rodríguez, del otro Racing, el de Santander. Para ser honestos, no era Pablo ni tampoco Daniel lo que queríamos, ni siquiera eran lo que creíamos necesitar; ahora el aficionado mallorquinista también sabe, como otros descubrimos antes, que durante el verano posterior a un descenso a Segunda B lo único que se necesita no es un abrazo de oso de dos meses ni una nana susurrada al oído, sino un chiste estúpido que te arranque la risa a traición en mitad de un funeral. Recuperar el gusto por habitar en el mundo de lo normal. En Albacete queríamos a Pablo Rey porque no sabíamos exactamente lo que queríamos. Tuvimos a Dani Rodríguez como pudimos haber tenido a cualquier otro. Lo normal en la vida.

Vivir con el trasero eternamente adherido a los fuegos de la Segunda División, la piedra de Sísifo del Albacete Balompié, suele quemar a la mayoría de los futbolistas; a Dani Rodríguez, en cambio, ha terminado de cuajarlo por dentro. En uno de los equipos menos talentosos que han sufrido las gradas del Carlos Belmonte en lustros, la escasa elaboración de cualquier cosa parecida al fútbol pasó sin remedio por las botas de Dani semana tras semana. Un sentido de la responsabilidad desconocido el curso anterior empujó al betanceiro a cargar sobre sus hombros con el peso de la incapacidad creadora de sus compañeros. La tortillita poco hecha se agrandó, se compactó, ganó en matices. Y cuando se acabó la tortilla con la llegada de la primavera (cóctel amargo de renovación estancada, mala racha, cantos de sirena desde la playa de Riazor) se acabó del todo el Albacete Balompié. Tal llegó a ser la importancia de Daniel.

En este sofocante rincón de la Península nadie albergaba esperanzas de continuar degustando la tortilla una temporada más. Su despedida se asumió con la normalidad de una muerte con fecha y hora. Habrá (hay) gente que le reproche no haber aceptado la oferta que le habría convertido en piedra angular de un Albacete que, otro verano más, debe construir de nuevo un edificio a partir de un solar, abandonado a la incertidumbre. En Palma encontrará un clima más amable para criar a su pequeño y una grada que en el destierro ha recuperado el gusto por lo normal. Por los utilitarios compactos mejor que deportivos engañosos. Por una buena tapa de tortilla mejor que un plato de esos de nombre pedante y muchos euros y poca chicha.

Míchel Barba

Hidalgo castellano, hijo del Belmonte, Míchel Barba narra todas las semanas las aventuras y desventuras de su Albacete Balompié en Agorerismo Mesetario. Su estilo quijotesco, soñador, destila aroma manchego y le ha abierto las puertas de Diarios de Fútbol, donde publica de manera habitual.

Un auténtico privilegio para el BarraletHerald poder contar con su colaboración.