Supongo que era inevitable. Ese agujero negro en la zaga burgalesa, ahí, en ese momento. El mallorquinismo cabalgando a lomos de un asteroide disfrazado de lateral. Un balón fugaz, una noche de Sant Llorenç. Y esa derecha de ébano, detonador perfecto. Una chispa, nada más. Big Bang.

Una explosión. Un principio. Un origen. La onda expansiva golpeando las gradas, incendiando nuestras gargantas. ¡Qué bonito es lo incontrolable! Un rugido gutural, un himno ancestral. La intrascendencia de la palabra. Lo vacío de todo lo anterior. Asomados a lo instintivo. A lo irracional. A lo auténtico.

Movimiento irrefrenable de consecuencias insospechadas. Las placas tectónicas bailando al compás de Salva Sevilla. Un temblor. Una sacudida. Y un instante después, Raíllo emergiendo por encima del Puig Major. Oteando el horizonte, buscándote a ti antes de provocar un nuevo cataclismo. Un Atlas separando dos categorías, dos orillas que nunca más se han de volver a tocar.

Eterno se nos ha hecho el viaje por las galaxias de esta Segunda División B. No hay duda. Pero más fuertes, más duraderas, serán las réplicas de ese cabezazo, de ese terremoto, congelado ya en el tiempo. Y sin embargo, el movimiento que no cesa. Que se expande. Vida que lucha por aparecer, por surgir, por brotar. Así, de la nada, así se estiró la bota de Bustos para tocar ese balón imposible en el segundo palo. Así cabeceó Aridai desde el punto de penalti.

Calma. Solo aparente. Imposible ante el caos desencadenado. Fosas, fallas y profundidades desconocidas. Por ahí se escurrió el Mirandés, exhausto, al borde de la asfixia. Herido, tiró de instinto. Gol en contra, su clavo ardiendo. La esencia misma del mallorquinismo. La incertidumbre que nos obliga a reafirmarnos en nuestra decisión. La espera se hace insoportable. Y mientras, tatareamos ese estribillo, pues todavía, no sé si gané o perdí, pero sufrí y, también, fui feliz.

Anduva, otra vez Anduva. ¿No se acaba nunca esta misión? El ascenso ya no queda tan lejos y tenemos ganas de volver a casa. A alguna casa. Y esta vez sí conocemos el camino. Lo recorrimos juntos en Son Moix, hace un par de días. Son solo unos metros, nada más. Las décimas exactas que transcurren entre ese golpeo y el incendio, otra vez, en nuestras gargantas. Big Bang.

* Artículo publicado en El Mundo – El día de Baleares el 24 de Mayo de 2018.