No lo puedo asegurar, pero estoy convencido de que éramos los tres de siempre: Oscar, Toni (¿qué habrá sido de ellos?) y yo. Tardes de pelota, paredes blancas y verjas rojas. La plaza Barcelona como punto de encuentro, siempre, cuando el Lluís Sitjar todavía era el Lluís Sitjar. Sudor, alguna herida y el estallido del metal al ser golpeado por el balón. Gol.
Algunos años más tarde, el pasado 12 de agosto para ser más exactos, me sorprendí ante la cantidad de niños que poblaban la tribuna de Son Moix. El Mallorca, ya en Segunda B, disputaba frente al Sevilla Atlético un Ciutat de Palma venido a menos. El escenario no podía ser más tétrico, pero la inocencia de los chavales subió por la banda y puso el balón perfecto para una grada todavía en estado de shock. ¡Joder, si hasta se vivió con nerviosismo la tanda de penaltis y se celebró con alegría la victoria en un maldito partido amistoso! Su presencia resultó balsámica, regeneradora, redentora, y consiguió rescatar a más de un aficionado todavía atrapado en Anduva. Sudor, alguna herida y el estallido del metal al ser golpeado por el balón. Gol.
La más negra de las temporadas del reciente oscuro pasado del Mallorca amanecía así con cierta semilla de esperanza. Un ejercicio no deseado, pero que nos obligó a redescubrir las raíces, regresar a lo irracional y a reafirmarnos en el “porque sí”. Subir la cuesta y llegar al estadio, simple y llanamente, porque juega el Mallorca. Y si los niños nos prestaron algo de su ilusión aquella noche de verano, el equipo saldó parte de su deuda el pasado domingo frente al Badalona. Son Moix volvió a llenarse de hijos acompañados por sus padres, de nietos de la mano de sus abuelos. Felices, todos. Mientras unos paladeaban de nuevo el añorado sabor de la victoria, otros se iniciaban en el sentimiento del orgullo. Sudor, alguna herida y el estallido del metal al ser golpeado por el balón. Gol.
Ha costado. Cojones que si ha costado. Pero aquí está el Mallorca. Como nosotros tres, Oscar, Toni (¿qué habrá sido de ellos?) y yo esa tarde en la plaza Barcelona. Una puerta entreabierta, el atrevimiento de tres chavales y el balón rodando sobre la hierba del Sitjar. El corazón acelerado, el miedo a que apareciese ese inmenso perro negro que dibuja mi memoria y la portería del fondo sur ante nuestros ojos. Nuestra valentía no daba para más que un intento cada uno. Y yo la quise ajustar, ponerla en la escuadra. Sudor, alguna herida y el maldito estallido de la madera al ser golpeada por el balón. Fuera.
Esta vez, Mallorca, sí. Esta vez sí.
* Artículo publicado en El Mundo – El día de Baleares el 11 de Mayo de 2018.