Siempre he pensado que si Doc me invitara a dar un garbeo por el futuro a bordo de su Delorean, me traería de vuelta a casa ese viejo almanaque con los resultados deportivos de nuestra época actual. Antes de que todas las casas de apuestas, y mira que hay unas cuantas, me dieran con la puerta en las narices, habría tenido tiempo de amasar una buena fortuna y convertirme, así, en máximo accionista del Mallorca. Más de un fichaje mediático hubiera caído a golpe de talonario, nuestra cantera sería la envidia de toda Europa y contaríamos, esta vez sí, con la mejor red de scouting del mundo mundial y parte del extranjero. Imagino que, no por mi sapiencia futbolística sino por el grosor de los fajos de billetes puestos en circulación, el Mallorca no habría bajado a la B, puede que ni siquiera a Segunda División.

En la fase inicial de mi ensoñación perdería la emoción que genera el desconocimiento del resultado final. Pero, qué carajo, unos cuantos ceros más en mi cuenta corriente seguro que aliviarían de alguna manera esa desazón. Además, a medida que mis intervenciones modificaran la realidad prevista inicialmente, recuperaría ese nerviosismo pretérito. ¿Contaría el Mallorca con algún trofeo más en sus vitrinas? ¿Garantizaría todo ese dinero invertido una gestión deportiva acorde a nuestras expectativas?

No diré que ambiguos, pero tenéis que reconocerme que términos como éxito o fracaso son, al menos, conceptos amplios y sujetos a tantas interpretaciones como individuos pueblan la faz de la tierra. Requieren, además, de aquello que hemos tenido a bien llamar perspectiva para poder valorarlos en su justa medida. Ay, amigo, pero, ¿quién marca el punto de partida de dicha perspectiva? ¿Cogemos como referencia el último partido? ¿Preferimos toda la segunda vuelta? ¿O tal vez hablamos desde el inicio de la competición? Ojo, que nadie ha dicho que no podamos incluso retroceder algo más en el tiempo, ¿cinco temporadas por ejemplo?

¿Qué es el éxito? ¿Qué es el fracaso? Me permitiréis reconocer, aún a riesgo de que me llaméis gallina como a Marty McFly, que no tengo ni la más remota idea. Deduzco, solo a medias para no perder la costumbre, que esquivar el fracaso resulta más sencillo que alcanzar la gloria. Pero puede que eso no sea suficiente, ya que solo, única y exclusivamente, evitar el ridículo tampoco garantiza el éxito.

Creo que es pronto para juzgar al Mallorca 2017/2018. Y eso que estamos a falta de tan solo dos jornadas para finalizar la fase regular. Pero en una temporada tan rara como la presente, sólo el resultado final permitirá alcanzar algo semejante al consenso entre la parroquia bermellona. Quién tuviera ese almanaque, ¿verdad?

* Artículo publicado en El Mundo – El día de Baleares el 3 de Mayo de 2018.