Año I en el Destierro. Jornada 33. Mallorca 3 – Lleida 2

Unos hacen puenting; otros, se decantan por el rafting; los hay, incluso, los más atrevidos, que se animan a tener hijos. Todos buscan emociones fuertes. Esos momentos, chutes de adrenalina en vena, justifican los miedos iniciales y despiertan en el individuo la necesidad de nuevas dosis en el futuro. Todos ellos comparten, en mayor o menor medida, la responsabilidad última en la toma de sus propias decisiones. El mallorquinista no tiene esa opción.

A pesar de asomarse a la tragedia en más de una ocasión, de ser capaz de interpretar algunas de las escenas románticas más entrañables y de sacar su vis cómica en el momento más inesperado, es en el suspense donde el Mallorca alcanza su clímax interpretativo. Un Alfred Hitchcock sin sus pájaros, al borde siempre de la psicosis y con esa soga al cuello que tan bien le sienta. Incertidumbre. Un passar pena infinito que se repite, una y otra vez.

El Mallorca ha convertido “el más difícil todavía” en su hábitat natural, el leitmotiv que se repite en todas y cada una de sus entregas. El partido frente al Lleida no podía ser una excepción. Cámara al hombro, rompiendo con la regla de los tres tercios, los de Vicente Moreno firmaron una rareza digna del mejor certamen de cine experimental que se tercie. Los bermellones consiguieron reproducir en tan solo 90 minutos todos los estados de ánimo por los que ha remado el mallorquinista a lo largo de la presente temporada. A lo largo de sus más de 100 años de historia, quizá. Metafútbol. Fútbol para explicar fútbol. Fútbol para explicar mallorquinismo, más concretamente. Brillante.

Una puesta en escena sobria, sin grandes estridencias. Marc Pedraza asumió el rol de ese actor secundario que exige protagonismo y otorga al guión cierta verosimilitud. Tranquilidad previa al primer punto de giro. La ocasión fallada por los visitantes al filo del descanso, con todo a favor. Como esa minicrisis sufrida por el equipo allá en el mes de diciembre. Las circunstancias adversas obligan al héroe a sacar lo mejor de sí mismo. No sin esfuerzo, se sobrepone a sus dudas y parece alejarse del peligro. Trece puntos, ni más ni menos. Casi como un 3 a 0 en casa. Pero todavía estaba por llegar el balón parado, el McGuffin por excelencia de este equipo. La duda que da paso al suspense, perfectamente ejecutado por los ilerdenses desde el punto de penalti.

Faltaban 10 minutos, ¿o son cinco jornadas?, y el Mallorca estaba donde tenía que estar, está donde tiene que estar. No porque le apetezca; no porque le disguste. Simplemente, no sabe estar en otro sitio. En tensión. Ahí, cerquita del miedo, pegado a la ilusión. Siempre, en busca de la felicidad.

RCD Mallorca: Reina; Sastre, Xisco Campos, Raíllo, Bonilla; Aridai (Fernando Cano, 62′), Pedraza (Faurlín, 67′), Salva Sevilla, Bustos (James, 80′); Lago Junior y Álex López.

Goles: 1-0 (10′) Pedraza, rugiendo, a la salida de un córner; 2-0 (46′) Lago Junior, agradecido, marca a puerta vacía tras asistencia de Aridai; 3-0 (53′) Bustos, finaliza una jugada por banda izquierda en la que sólo él creyó; 3-1 (74′) McGuffin remata de cabeza en el primer palo tras un saque de esquina; 3-2 (80′) Hitchcock, vestido de azul, transforma un penalti cometido por Antonio Raíllo.

* Artículo publicado en El Mundo – El día de Baleares el 11 de Abril de 2018.