Año I en el Destierro. Jornada 31. Hércules 1 – Mallorca 1

Sumar de a uno es lo peor que existe cuando persigues un objetivo. Dilata el desenlace e impide salir al mallorquinismo de este tedioso bucle en el que se ha instalado. Ni da ni quita razones, simplemente aburre, agota, cansa. El empate, amigos, es un jodido invento del mismísimo diablo.

Chocar de bruces contra nuestras propias limitaciones no es sencillo. Diría más. Resulta, incluso, complicado. Nos revolvemos y de nuestra boca surgen promesas imposibles. Pero ni dejaste de fumar el día de tu boda ni has dejado de asistir a una timba clandestina tras la llegada de tus hijos. De igual modo, tampoco dejaremos de quejarnos por muchas victorias que lleguen de aquí a final de temporada si su consecuencia inmediata no es el ascenso.

Mejorar, cambiar, romper las tablas. Deseos y anhelos nobles, necesarios incluso. El problema es que formulamos nuestras promesas sentados ahí, debajo del reloj de Cort. El banc dels vagos es nuestro trono y desde ahí se oye nuestra cantinela “si no fos…”. Podemos, incluso, llegar a convertir en un problema nuestra mayor ventaja. Y en nuestra divagación, la tentación puede llegar a cristalizar y pensar que la toma de decisiones sería mucho más sencilla si no existieran esos siete puntos de diferencia con respecto al segundo clasificado.

Por motivos laborales subo y bajo todos los días a Manacor. La mayor parte de las veces lo hago con mi coche. Un Alfa Romeo 147, de segunda mano. Abollado, más viejo que Matusalén. Para más inri, no le funciona el velocímetro, así que calculo la velocidad un poco a ojo, en función del ruido del motor, las revoluciones y a la marcha que llevo puesta. Debo decir que me funciona, pues de momento no he entablado ningún tipo de amistad epistolar con la Guardia Civil de Tráfico. A veces consigo engañar a mi padre y le cojo su flamante Volkswagen Golf nuevo, de esos que tienen las luces azules en el salpicadero. Intentar comparar el uno con el otro sería absurdo, casi como defender que mola más empatar jugando mal que ganar bordando el juego. Pero lo cierto es que me reporta más satisfacción intuir que he llegado a la velocidad máxima permitida con mi carraca que tener que estar pendiente de no sobrepasarla con el coche de mi padre. Porque yo soy de Segunda B y ese es, ahora mismo, mi sitio. Y es mi coche, igual que mi equipo.

No tengo una bola de cristal. No sé qué le depara el futuro al Mallorca ni en qué categoría jugará la temporada que viene. Solo quiero llegar al final con opciones. Pero claro, os lo dice uno que, todavía, ni siquiera ha empatado con nadie.

* Artículo publicado en Fútbol desde Mallorca el 27 de Marzo de 2018.

RCD Mallorca: Reina; Sastre, Xisco Campos, Raíllo, Salva Ruiz (Bonilla, 55′); James (Ndi, 55′), Faurlín, Salva Sevilla, Lago Junior; Álex López y Abdón Prats (Bustos, 70′).

Goles: 1-1 (45′) Moha culmina una buena jugada por banda derecha; 1-1 (89′) Lago Junior transforma a lo Panenka un penalti más que dudoso.