Sicarios, veteranos o jóvenes promesas. Me da igual. Llegados a este punto, no necesito su aprecio. Me basta su compromiso. Y no con el escudo o unos colores. No estamos en Roma y Totti ya se ha retirado. Yo los prefiero egoístas, comprometidos con su insaciable deseo por triunfar y llegar a jugar en los mejores campos de Europa, puede, incluso, que con otro camiseta diferente a la del Mallorca; los quiero ególatras, comprometidos con un afán de protagonismo solo aplacado por las portadas de los lunes alabando su soberbia actuación del día anterior; los deseo avariciosos, comprometidos con su deseo de amasar dinero y añadir así un nuevo descapotable a su colección.

No quiero vagos; no quiero tibios; no quiero parias sin ambición. Quiero mercenarios comprometidos. Con lo que sea, me da igual. Consigo mismos, pero comprometidos. Su vinculación contractual con el Mallorca sí que les exige respeto hacia la entidad, pero la cláusula del cariño todavía no figura en ningún documento. Eso no se le puede exigir a un tío nacido en Córdoba o en Costa de Marfil cuando ni siquiera algunos de los que han mamado mallorquinismo desde la cuna sienten el orgullo de vestir esta camiseta sea en la categoría que sea.

Hay honrosas excepciones, incluso en el actual vestuario bermellón. Creo, sinceramente, que la cuota mínima de mallorquinismo se ha alcanzado. Y eso también es imprescindible. El campeonato se hará muy largo y ellos serán los encargados de tirar del carro cuando la razón se nuble y las dudas hagan acto de presencia. A ellos les corresponde llevar el timón de la nave. Pero no sólo de mallorquinismo vive el hombre ni hay sentimiento para tantos remos. La galera necesita de mercenarios para llegar a buen puerto.  Y eso tampoco debe ser inconveniente.

Porque si son mercenarios, pero de los de verdad, de esos sin escrúpulos, no permitirán que nadie les prive de alcanzar la meta que se han propuesto. Porque a pesar de que sus objetivos puedan ser individuales, a este deporte se juega en equipo. Y estoy convencido de que reprenderán la falta de actitud de ese compañero que pueda privarles de su sueño de jugar en Primera; no permitirán que la pereza de nadie a la hora de bajar a defender un balón les pueda estropear su nueva portada semanal; o que la laxitud en los entrenamientos haga peligrar un jugoso contrato en el futuro.

Sicarios, veteranos o jóvenes promesas. Me da igual. No hace falta que se besen el escudo, porque el cariño, lo siento, ahora mismo no es imprescindible. Eso ya lo pone la afición. Ellos, de momento, que se dediquen a jugar, y a ganar si es posible. Tiempo habrá de que el roce surta su efecto. Ahora mismo el respeto es más que suficiente.