“Yo lo del Infrafútbol no se lo deseo a nadie, ni siquiera a los cuatro tontos que tiraron cohetes en la playa de Gijón el día que nos fuimos a Tercera”. Sergio Cortina (Oviedo, 1980) es periodista deportivo en Yahoo y Globomedia y autor de Saliendo de la calle oscura (Editorial Libros del K. O., 2017). Con su equipo de nuevo en Segunda y la ambición intacta, al echar la vista atrás no puede más que suspirar aliviado. “Lo mejor de aquella época es que está en el recuerdo, que no estamos allí más”. Al Mallorca le espera un camino largo, lleno de barro y curvas traicioneras. Diez años le costó al Oviedo regresar al fútbol profesional. Mucho tiempo. Demasiado. Y, a pesar de todo, “¡Claro que merece la pena ser de un equipo que rara vez te reporta una alegría! Como la mayoría de cosas insensatas que haces en la vida”. 

Verano de 2001. El Oviedo caía en Palma en la última jornada del campeonato (4-2) y bajaba a Segunda División. Se cerraba una de las etapas más gloriosas del club en Primera División. Trece temporadas consecutivas y su debut europeo en la Copa de la UEFA ante el Genoa se precipitaban por una cascada de la que nadie conocía con exactitud su profundidad. La misma, seguramente, que un verano antes se había tragado la vida de Petr Dubovsky en Tailandia. El Oviedo se plantaba en Segunda con el Nuevo Carlos Tartiere recién estrenado y el corazón encogido. “Lo que sucedió con los descensos de categoría fue un proceso de selección natural entre los aficionados en la que solo quedaron los dispuestos a animar a su equipo en cualquier categoría jugase bien o mal. Ese tipo de persona, joven siempre, suele ser por naturaleza una bendición para cualquier club porque empuja mucho y contagia al resto”.

Cortina habla de descensoS, en plural, porque el balón nunca dejó de rodar. No había tiempo para asimilar tanto dolor, tanta desgracia junta. El balón rodó, rodó tanto y tan mal durante las dos siguientes temporadas, que el Oviedo dio con sus huesos en Segunda División B. Con la mirada fija en el balón, el oviedismo no vio la fosa que, gota a gota, había abierto la maldita cascada a sus espaldas. Un empujón desde los despachos en forma de descenso administrativo condenaba al Oviedo a lo desconocido por primera vez en sus 77 años de historia.

“El aguante nuestro fue una mezcla de cabezonería y de respeto a las costumbres”. Fruto de la nefasta gestión de la directiva el club rondó la desaparición. El filial desapareció y el ayuntamiento de la ciudad trató de refundar la entidad a partir del Astur CF. “Fue clave encontrar unos enemigos comunes, nítidos, contra los que tirar piedras: primero el alcalde de Oviedo y el equipo artificial que fabricó para suplantarnos y después unas cuantas directivas muy marrulleras”. Gran parte de la masa social se opuso. “Visto que la moda era darle palos al muerto, a la afición no le quedó más remedio que arrogarse un papel que no le suele corresponder. Nos pusimos en el centro, bajamos al barro y tiramos realmente por el equipo. Ahí fueron clave los Symmachiarii, nuestros ultras y el presi Manolo Lafuente por canalizar ese sentimiento tan fuerte hacia algo tangible”. Arrancaba en Tercera División un destierro de diez años fuera del fútbol profesional. Más de 10.000 socios, récord histórico de la categoría. Y eso que no estaban todos, faltaba Dubovsky.

“Mira, lo del Infrafútbol  se me ocurrió durante los años del Oviedo en la mierda para definir un fútbol subterráneo al que nadie presta atención, lleno de trampas y chanchullos, bastante más podrido que la élite, pero que en el fondo nos resulta cercano y entrañable. En realidad no es un concepto amable. Es mierda pero es tu mierda. Enrique Ballester, que es muy buen amigo, me lo pidió para titular su librazo y yo encantado, porque casa muy bien con la historia reciente del Castellón, la nuestra y la de tantos otros”. El Oviedo empezó a deambular. Lo que tenía que ser una excursión de dos días se convirtió en un crucero por el estrecho a bordo de una patera. Un bucle en el que al primer ascenso a Segunda B le siguió el regreso a la Tercera. Y así hasta conseguir el último ascenso a la categoría de bronce en 2009. Precisamente frente al filial bermellón y con Aulestia, actual portero del Atlético Baleares como gran héroe al detener el sexto y definitivo penalti. “Quiero creer que toda esa época, lejos de ser una pérdida de tiempo, nos ha servido para madurar como afición y volvernos más fieles, pero nunca se sabe. Con la condición humana no puedo ser optimista. Es cierto que la masa social es ahora más joven, tiene un matiz internacional y es mucho más activa de lo que era antes. Que en estas nuevas hornadas hay muchísimos que jamás han visto al Oviedo en Primera y empujan con la inconsciencia que solo puede dar el amor familiar. En ese sentido, es único y bonito lo que sucede pero seguramente un Oviedo exitoso generaría otro tipo de aficionado. Molaría verlo, claro”.

El club se asienta en la B. Pero el ansiado regreso al fútbol profesional queda lejos. El Oviedo cae en el play-off y no consigue pasar de media tabla las dos temporadas siguientes. Y llega el 2012. La amenaza de disolución vuelve a acechar y más de 20.000 accionistas repartidos por los cinco continentes salvan de nuevo al club. “Después llegó Slim para rescatar el proyecto y meterle el turbo, pero la segunda salvación del club fue, de nuevo, un éxito de la grada y de gente clave que viene de la grada como Sid Lowe o Matías García. En el fútbol actual a las aficiones se les reserva un papel clientelar en todos los clubes, incluso en el nuestro pese a lo que hemos vivido recientemente. Sabes que no va a cambiar cuando nuestra nueva camiseta vale un pastizal por ser Adidas y resulta un éxito de ventas”.   

Carlos Slim, Robert Sarver. Robert Sarver, Carlos Slim. “La gestión de los mexicanos en Oviedo ha sido y es austera. Si alguien había de comprar el equipo, al menos que sea de ese perfil sí genera confianza. En el fútbol siempre ha habido mecenas y recordar la ristra de empresarios españoles del fútbol español te lleva a pensar que los de afuera no pueden ser tan malos. Por ahí, nunca he sido demasiado escéptico. ¿Se puede comprar un club sin sentir sus colores? Por supuesto, lo que debe haber es conocimientos y voluntad de gobernarlo bien. A la inversa, si yo compro el Oviedo lo normal es que me estrelle y no sería por falta de amor”.

Conocimiento y saber rectificar. Dos de las carencias que muchos achacan al actual CEO mallorquinista, Maheta Molango. Sus últimas decisiones han acabado con el poco crédito que le quedaba, pero Cortina lo tiene claro. “La experiencia te dice que los buenos resultados, sobre todo si se prolongan en el tiempo, acaban tapando lo malo o al menos equilibrando la visión que tenemos de los protagonistas. Suena cínico, pero es así porque el fútbol es pasional al modo de las telenovelas”.

Otros que han quedado marcados son los futbolistas. Pocos son los que quedan y la grada confía en que alguno de ellos encarne la figura del héroe tanto tiempo añorado en Son Moix. “Los jugadores son trabajadores con diferentes tipos de implicación y normalmente muestran su peor versión cuanto menos cobran o cuando peor vienen dadas. La gente puede ser estupenda o miserable independientemente de lo que cobre. Identificar el fútbol modesto con la bondad es de ilusos. Es decir, del infra salen héroes y también villanos, como en Primera”.

Asustan las similitudes en los casos de Oviedo y Mallorca. Ambos descienden tras su mejor época en Primera; tras un corto periodo en Segunda, los dos continúan con su caída libre; directivas nefastas y amagos de desaparición; por último, la irrupción de grandes fortunas extranjeras. Los diez años del Oviedo fuera del fútbol profesional provocan vértigo entre la parroquia bermellona. Pocos se ven con fuerzas de aguantar si llegara tamaña tribulación. En Oviedo lo hicieron. Y ahora apuntan a Primera División.