Cuando la fuerza se pierde por la boca y el balón queda en un segundo plano poco o nada queda ya por hacer. En la semana más triste del club en los últimos 36 años, el micrófono de la sala de prensa se convirtió en la trinchera desde la que alcanzar al enemigo e intentar salir indemne del fuego cruzado. Excusas y acusaciones mutuas, bombas de humo en definitiva, que no han hecho más que retratar a una directiva incapaz, a una plantilla indecente y a un entrenador tibio.
Mientras, la bala perdida ha seguido su camino y acertado de pleno en el corazón de un club tan humilde como orgulloso. La herida, mortal de necesidad, ha desangrado gota a gota, hasta el último aliento, a una afición agotada y humillada a partes iguales. La sangre bermellona riega ya el páramo de la Segunda División B. Toca ahora separar el trigo de la paja, arrancar las malas hierbas y preparar el terreno para una cosecha cuyo fruto último no puede ser otro que el retorno al fútbol profesional.
Incapaz de dimitir, ha llegado el momento para que Molango guarde silencio. Sus conferencias, promesas y mensajes vacíos son la vergüenza que debe soportar y a la que debe acudir una y otra vez hasta devolver la usurpada dignidad a una entidad centenaria. Menos locuaz pero igual de culpable, Recio debe conformar una plantilla con hombres hambrientos de fútbol, apasionados del balón. Labriegos capaces de trabajar de sol a sol, dispuestos a sobrevivir en el fango y luchar juntos por un objetivo común. Monti Galmés debe asumir una función de control o abandonar el barco cuanto antes. Él es el único al que se le puede exigir cierto apego emocional hacia el club. Alzar la voz en privado o dimitir en público si sus advertencias no han sido tomadas en consideración. Esa era su única responsabilidad este curso. No ha sido capaz y se convierte así en cómplice de los desmanes vividos esta maldita temporada.
La vergüenza debe perseguir a una de las plantillas más caras de la categoría. Egoístas, faltos de profesionalidad y compromiso, los futbolistas huirán antes de jugar en la única categoría a la que podrían aspirar. Con su actitud han denostado su profesión y cargado de argumentos a los que les tildan de privilegiados. Han faltado al respeto a un escudo que en ningún caso garantiza la victoria, pero que siempre exige esfuerzo, sacrificio y lucha hasta el final. Porque, después de todo, si al menos hubieran sabido jugar al fútbol…
* Columna de opinión publicada en El Mundo – El día de Baleares el 12 de Junio de 2017.