Largo, angosto. Plagado de silencio. Sollozos que se entremezclan con alguna plegaria. El sentimiento de culpa es un martillo pilón que golpea rítmicamente, sin pausa alguna, pum pum pum, sobre el yunque en el que se ha convertido nuestra alma. ¿Por qué? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La fecha está fijada y el trayecto que nos ha de conducir hasta el cadalso nos resulta familiar. No en vano, llevamos demasiado tiempo instalados en el corredor de la muerte. A muchos hemos acompañado con la vista hasta ese umbral del que no hay vuelta atrás. El sonido de la puerta al cerrarse marca el inicio de un silencio denso, eterno, insoportable. El mismo que asfixió a los mallorquinistas en Son Moix tras el estéril empate frente al Numancia.
Nadie se acostumbra a vivir con fecha de caducidad, nadie. Las horas, las jornadas, pasan y nuestra voluntad flaquea. Mantener la cordura se convierte en una tarea titánica. Conscientes de que la próxima bocanada de aire nos acerca hasta la última, aspiramos con tal fuerza que el exceso de oxígeno nos nubla la mente y alimenta nuestra esperanza. Una esperanza que no se rinde y que se aferra a la vida que sigue fluyendo por nuestras venas.
No importa que seamos plenamente conscientes de nuestra culpabilidad. El equipo ha cometido errores tan groseros durante tanto tiempo que ya no cabe la opción de defender su inocencia ante el jurado. La sentencia es justa, pero, ¿quién está preparado para escucharla? Nuestra inocencia es secundaria cuando lo único que le importa a uno es seguir respirando. Ya habrá tiempo para hacer propósito de enmienda.
El instinto de supervivencia había mostrado el camino al equipo en las agónicas victorias frente a Elche y Almería. Ganar al Numancia era el camino más corto, además de condición indispensable, para optar a un indulto por el que suspira un buen puñado de equipos que agoniza en el infierno de la clasificación. El resultado es durísimo, demoledor. Un golpe en el estado de ánimo que nos transporta al pesimismo que también desencadenó el empate en casa frente al Córdoba.
No es fácil sobrevivir en el corredor de la muerte. Los cobardes se rinden y no asisten ni al día de su ejecución. Este grupo está obligado a competir hasta el último minuto. Este calvario ya forma parte de la condena. Arrojar la toalla a estas alturas tiene menos sentido que apurar las remotas opciones que ofrece el calendario. Sumar seis de seis, confiar en el tropiezo del verdugo en el instante decisivo y agachar la cabeza sea cual sea el desenlace final. No hay otro plan.
* Columna de opinión publicada en El Mundo – El día de Baleares el 29 de Mayo de 2017.