El Mallorca tuvo el acierto de aprovechar los pinchazos de sus rivales directos y ganó con sufrimiento, no podía ser de otra manera, su enésima final frente al Almería. Tres puntos que aprietan, aún más, la zona convulsa de la clasificación y auguran un final de temporada no apto para cardíacos.
Los locales, con la lección aprendida, hicieron lo que dictaba la lógica y salieron a por la victoria desde el primer minuto. Intensos, valientes, sacrificados, los de rojo pusieron precio a la portería de Casto. Angeliño y Moutinho respondieron a pierna cambiada, mientras que Lago Junior, esta vez en punta, se fajaba una y otra vez con toda la defensa almeriense. El marfileño, todo pundonor y potencia, será determinante el día que su control, ese primer toque diferencial, se ajuste a sus intenciones. Así y todo, gran partido el suyo.
Sergi Barjuan, camino de convertirse en hijo predilecto de la parroquia bermellona, abandonó sus raíces, apostó por el coneixement mallorquín y arropó a Brandon en la parcela ofensiva. ¡Por fin, ya era hora! El de Santanyí no es Eto’o ni se parece a Marco Asensio. No hace falta. El 11 se come la hierba de Son Moix cada vez que juega y es imprescindible para que este grupo logre la ansiada permanencia que se sienta acompañado ahí donde se deciden los partidos. Abandonar a Brandon en punta de ataque es como sacar a un pez del agua y exigirle que vuele.
La gacela mallorquinista, con mayor o menor acierto durante el partido, al igual que durante el resto de una temporada que toca a su final (¿feliz?), se mostró inasequible al desaliento y no dejó de intentarlo en ningún momento. Suyo fue el gol, tras un buen derechazo desde la frontal, que permitía adelantarse al Mallorca en el marcador y lo mantiene más vivo que nunca para afrontar el match ball de la temporada.
La experiencia obligaba al equipo a sentenciar el partido tras la reanudación, pero la ausencia de un killer obsesionado con la portería contraria hace que el Mallorca otorgue, siempre, una segunda oportunidad a sus contrincantes. Fidel tuvo la suya y la mandó al limbo, para alivio de una afición instalada en un ataque de nervios permanente.
La victoria es fruto de las decisiones tomadas desde el sentido común. El mismo sentido común que nos lleva acosando toda la temporada y que nos obligó a desterrar cualquier esperanza tras el empate en casa frente al Córdoba. Ese sentido común que se contradice al hacernos respirar y nos interpela a cambiarnos de equipo. Pero lo que no puede ser, no puede ser. Y además es imposible.
* Columna de opinión publicada en El Mundo – El día de Baleares el 21 de Mayo de 2017.