Un sábado y a la una del mediodía. Era evidente. No podía acabar bien. Empecé confundido, como no podía ser de otra manera. Nada más sentarme en el bar tuve que enfrentarme a la mirada inquisitiva del camarero. ¿Qué diantres me tomo yo ahora? Opté por la opción más conservadora. Somos el Mallorca. Café con leche para empezar. Todavía tomaba asiento y me deshacía de otros parroquianos más atrevidos, y con mucho más rodaje, cuando Angeliño estampaba la pelota contra el exterior de la red de la portería defendida por Becerra. El Mallorca apretaba arriba y, sin crear demasiado peligro, tampoco sufría atrás. Y, me perdonarán, pero eso ya es mucho en una temporada como la que nos ha tocado padecer.
La cafeína no debió hacer efecto, puesto que soñé que De Tomás, una reproducción barata de los gestos y dejes del Cristiano Ronaldo más quinqui, mandaba al palo, sin oposición alguna y a menos de un metro de la línea de gol, un balón del que todavía no ha dispuesto ninguno de los delanteros del Mallorca en lo que va de temporada (perdón, ¿qué delanteros?).
Deambulaba el partido, como el Pisuerga por Valladolid, cuando en el minuto 30 López Amaya hacía sonar su silbato. Convencido estaba de que el colegiado iba a amonestar al ya mencionado 47 vallisoletano por sufrir un desplome en el área bermellona, cuando observé incrédulo, inocente de mí, que su brazo señalaba el punto de penalti. Santamaría adivinó la dirección, pero el 1-0 se convertía en una realidad. El gol noqueó al Mallorca y dio alas al Valladolid. El descanso se convirtió entonces en la zona franca a la que se tenía que llegar.
Más rápido que Sergi, opté por hacer cambios y aposté por una cerveza bien fría y un bocadillo de serrano. Confundido, otra vez, no entendía cómo el Mallorca seguía sin mover ficha y se conformaba con observar cómo Arnaiz, extremo habilidoso con nombre de pajarería, mandaba a las nubes la sentencia en el 54. Brandon seguía abandonado a su suerte en la punta de ataque y Óscar Díaz se convertía en el primer cambio por parte visitante. ¡Mete a Lekic, hombre! O al menos a Pol Roigé, que ha tenido el buen gusto de tatuarse la isla de Mallorca. Otra cerveza, ¡qué caramba! Lago lo intentaba y se topaba con Becerra, mientras que el sucedáneo del de Madeira mataba el partido con una contra que me hacía apurar el último trago. Sin tiempo, Lekic, ya sobre el césped, maquillaba el resultado.
Ya no sé qué creer. Confundido, como siempre, no tengo ni idea de lo que sucederá con el Mallorca. Creo que me voy a dedicar al golf.
* Columna de opinión publicada en El Mundo – El día de Baleares el 14 de Mayo de 2017.