Al tran tran. Así afrontaron los jugadores del Mallorca la última oportunidad para enganchar a su afición y pelear juntos por la permanencia. Una salvación que han dejado escapar en pos de un ejercicio de exhibicionismo impúdico, casi obsceno, en el que han convertido todos y cada uno de los partidos del equipo en los últimos tiempos. Algún placer secreto, desconocido para el aficionado, debe tener el mostrar tus vergüenzas y miserias sobre el terreno de juego para que los jugadores repitan la función jornada tras jornada. Servidor intuye, a los hechos me remito, que para que el deleite sea completo deben reprimir cualquier atisbo de amor propio o incomodidad durante el bochornoso destape.
Difícil, por no decir imposible, lo tiene este equipo para salvar la categoría en un deporte donde el balón es el principal protagonista. Los jugadores sienten pánico ante la cercanía del esférico y prefieren jugar al escondite antes que entrar en contacto con el cuero. Y casi mejor así, porque cuando alguno, insensato, tiene remordimientos y sufre un ataque de responsabilidad galopante, queda en evidencia. Si algún día supieron para qué servía la pelota, se les ha olvidado. No, jugando al fútbol no se iba a salvar el Mallorca.
Pero todavía quedaba otra vía por agotar. Se trataba de suplir la negación futbolística total con una dosis extra de esfuerzo y sacrificio, palabras, por desgracia, ajenas al vocabulario del vestuario bermellón. Ante la ausencia de un plan, o en su defecto la incapacidad para llevarlo a cabo, una presión arriba, coordinada y llevada a cabo con convicción, era la única opción de generar peligro ante la portería contraria. Es triste, pero es lo que hay. A estas alturas un robo de balón en campo contrario es la mejor oportunidad de la que puede gozar el equipo mallorquinista a lo largo de un partido. El empate ante el Nàstic confirmó la sospecha de que a los jugadores del Mallorca les queda grande la etiqueta de futbolistas. No dan la talla. Pero lo triste es que también queda en entredicho su condición de deportistas, aquellos que logran sus objetivos a base de tesón y esfuerzo físico.
Sólo las matemáticas mantienen con vida al Mallorca. Sumas, restas y el tiempo que no se detiene. Y así, sin prisa pero sin pausa, es como se consuma un descenso a las cloacas de la Segunda División B. Un pozo sin fondo al que, por lo visto, no es tan complicado llegar, pero del que resulta casi imposible salir. Basta y sobra con jugar al tran tran. Y si no, que se lo pregunten a ellos. Están a un paso de conseguirlo.
* Columna de opinión publicada en El Mundo- El día de Baleares el 10 de Abril de 2017.