Valientes, jugadores que no se arruguen ante la adversidad. Donde algunos tiemblan y se equivocan de dirección al echar a correr, Álex Vallejo sonríe. De pie, sin muletas, lejos de la soledad del gimnasio, un balón y 90 minutos para disfrutar de todos y cada uno de ellos. Porque ya son muchos los que se ha perdido. Y ni la clasificación ni los malos resultados del equipo hacen mella en su voluntad de hierro, forjada a base de malditos chasquidos y citas a ciegas con una retirada prematura. Miedo, ¿a qué? ¿A jugar al fútbol?
Sabe y se atreve. Nadie en la plantilla aúna la garra del vitoriano en el centro del campo con su deseo de hacer daño con el balón cuando lo tiene controlado. Tres partidos, tres momentos, tres ráfagas. Ante el Getafe reapareció tras más de dos años en el dique seco; en Reus asistió a Lekic para que el Mallorca se adelantara en el marcador; frente al Rayo guió al equipo en una soberbia primera parte en la que se amarraron tres puntos vitales. Álex Vallejo, la piedra angular desechada por los arquitectos.
Generoso como pocos, se ofrece una y otra vez en ayuda de sus compañeros. No rehúye el choque y tiene la calidad suficiente para hacer que el pase imposible se convierta en una realidad. Asume galones e intenta hacer daño. Siempre. En la sombra, pica piedra y construye fútbol. Hace mejor a sus compañeros, cubre sus carencias y hace resaltar sus cualidades.
Es la antítesis de un Juan Domínguez que no ha cumplido con las expectativas. El gallego puede, pero nunca se atreve. En su imaginario, la portería contraria está en la línea que divide el campo y la palabra verticalidad pertenece a un idioma extranjero. Aguanta, aguanta y vuelve a aguantar, pero el miedo a perder el balón es más grande que la gloria que promete una asistencia de gol. No corre, trota. No muerde, ladra. No persigue la gloria, cumple el expediente.
La situación exige cambios, sangre nueva, no contaminada por el virus de la derrota. Y Vallejo se ofrece como una solución mucho más que válida. El equipo debe contagiarse de su ilusión por jugar al fútbol, por disfrutar sobre el césped. Ya pasó la hora de las lamentaciones. Las ventanillas están cerradas y nadie recoge la hoja de reclamaciones. Es hora de abandonar el luto y ponerse el traje de boda. Y levantarse, una y otra vez. Tras cada partido y en cada partido si hace falta. No hay rendición posible. Pelear por la permanencia no era el objetivo marcado, pero tampoco es una excusa. Hay cosas peores. Y si no, que se lo pregunten a él.
*Artículo publicado en Fútbol desde Mallorca el 15 de Marzo de 2017.