Pocos, muy pocos, son los motivos de alegría que últimamente nos reportan los hombres de Olaizola. Eso dificulta, y mucho, la tarea de sentarse delante del ordenador e intentar escribir algo publicable sobre nuestro equipo. Si a esto le sumamos el hecho de que hace tan solo una semana y un día llegó al mundo Lourdes, la hermana de Mateo, entenderéis que siempre encuentre una buena excusa para posponer el momento.
Pero estos días, de alegría y de trajín, de cambios y de celos de su hermano, también he tenido tiempo para pensar, más bien divagar, sobre lo que significa ser de un equipo de fútbol, del Mallorca para más señas. Cada vez que la situación estaba controlada, la mamá cómoda, la niña durmiendo y su hermano bajo la atenta mirada de sus abuelos, me encontraba a mí mismo consultando esta tan querida página web.
Y sentía un halo de remordimiento. ¿Cómo, teniendo una recién nacida en casa, una mujer convaleciente y un niño descubriendo nuevos y complicados sentimientos, perdía el tiempo preocupándome por un equipo de fútbol? ¿Acaso soy un mal padre? ¿Un mal marido? ¿Un mal ser humano? Quiero creer que no. Si bien no son comparables bajo ningún concepto en importancia, uno está en un escalafón infinitamente superior, el cariño y la pasión que uno pueda sentir por su prole y por su equipo de fútbol emanan de la misma naturaleza. El apego a esta camiseta, como a cualquier otra, no tiene ninguna razón de ser. Ninguna. Ni vivimos de él, ni nos proporciona un placer desbordante, ni nos facilita nuestra ya de por sí complicada existencia. Más bien todo lo contrario, sobre todo en los últimos tiempos.
Seguramente Tomeu me reñirá con cariño, pues siempre me dice que abandone los colores y me centre más en principios periodísticos a la hora de redactar mis artículos. Pero no todo en el fútbol son estadísticas, resultados y clasificaciones. ¿Quién explicaría si no que una sola alma acudiera a Son Moix jornada tras jornada, temporada tras temporada? No hay una sola razón lógica que lo justifique. Y ahí seguimos.
El Mallorca nos genera enfados con nuestras mujeres, nos obliga a modificar la planificación familiar del fin de semana y hasta nos despista con un bebé nuevo en casa. Y no conseguimos dejarlo de lado. No podríamos, aunque quisiéramos. Ahí es donde aparece esa naturaleza profunda e irracional de la que hablábamos. Un sentimiento que no se les puede pedir a los jugadores, simples trabajadores. No, no sería justo. Lo exigible, eso sí, es que sean unos profesionales impecables, que luchen hasta intuir los dolores de un parto y alumbren una nueva agónica permanencia.
* Artículo publicado en Fútbol desde Mallorca el 2 de Marzo de 2017.