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Reconozco que esta semana me hubiera gustado escurrir el bulto, digerir la derrota de Girona en soledad. Olvidar lo ocurrido, obviarlo. Como si nunca hubiera pasado. Llevaba huyendo del papel en blanco desde el minuto 88 del partido en Montilivi. Porque si ya cuesta encajar con algo de dignidad el crochet de Juanpe, resulta del todo imposible intentar enlazar dos palabras con algo de sentido para intentar explicar lo sucedido. Balbuceos, a lo sumo. Y algún que otro improperio.

El Mallorca lo intenta con todas sus fuerzas. Se mentaliza y da, poco o mucho, todo lo que tiene. Compite, sufre y es, incluso, superior a sus rivales. Pero es tal la adicción a la derrota, la virulencia con la que le atrae el desastre, que acaba cediendo en el último suspiro. De un tiempo a esta parte el equipo se pasea por los campos de España en busca de su dosis. Poco le importa la identidad del camello ni las consecuencias de sus actos. El mono aprieta y sólo un buen chute logra calmarlo. El vicio arrasa todo el trabajo realizado, cercena de cuajo la ilusión recuperada y golpea inmisericorde la fuerza de voluntad de los bermellones. Y toca levantarse, una vez más. Porque el campeonato no da tregua y poco, o nada, le importan las debilidades de cada uno.

Y el mallorquinista ya no sabe qué  pensar, sentir o creer. Por un lado, se siente orgulloso del nuevo intento del equipo por abandonar su adicción. Pero la realidad golpea de nuevo y le obliga a fijar su mirada en la clasificación. Entonces, la ira se apodera del aficionado y exige culpables, pero acaba reconociendo que ni los jugadores ni el entrenador le han dado los motivos suficientes en el último partido como para responsabilizarles por completo del resultado. Han caído, y qué iban a hacer. No eran más que unos yonkis en busca de su derrota.

Olaizola debe impedir a toda costa que los jugadores bajen los brazos, que se rindan. Por muy dura que sea la recaída. Siempre hay posibilidad de redención.  Cada jornada es una nueva oportunidad, una tabla rasa. Es el momento para poner en práctica todos los mecanismos de defensa adquiridos durante la semana y acabar el partido limpio y con los tres puntos en el bolsillo. Y dejar de lamentarse. Llegados a este punto, quien piensa, pierde.

La afición responderá, como siempre lo ha hecho. Pero exige, al menos, el mismo grado de compromiso que el mostrado en Girona. Ese es el listón. Así llegarán los resultados y se pondrá fin a esa insana atracción hacia el fracaso. Y entonces volveremos a disfrutar con tranquilidad de nuestra adicción sin mesura por el rojo y el negro.

*Columna de opinión publicada en El Mundo – El día de Baleares el 20 de Febrero de 2017.