Amanecía la competición con la derrota de rigor en la jornada inaugural. No por esperada, la tradición manda, dejó de ser menos dolorosa. Fernando Vázquez había pronunciado la palabra prohibida y arrancó la temporada esclavo de sus declaraciones. Llegaron los partidos ante Cádiz, Oviedo, Rayo Vallecano y Girona. Los resultados confirmaron el error de cálculo del míster gallego, pero es justo reconocerlo, el equipo practicó el mejor fútbol que se recuerda por estos lares en mucho tiempo. Sólo la falta de acierto y una dosis de mala suerte impidieron al equipo sumar unos puntos totalmente merecidos, pero, en este deporte, la única verdad es el balón.
Vázquez parecía haber encontrado un estilo propio. El juego del equipo era razonablemente positivo y todo indicaba que la escalada en la clasificación era una simple cuestión de tiempo. Pero algo se torció en el interior del entrenador y brindó a la afición el partido de Tenerife. Empate a cero y resultado positivo, sí, pero ahí empezó a germinar la semilla que acabó con el de Castrofeito. El entrenador empezó a barajar la idea de salir a apretar cuando había confeccionado una plantilla que debía salir a jugar.
A partir de entonces el equipo alternó partidos nefastos (Lugo), insulsos (UCAM Murcia, Levante), buenos (Huesca, Alcorcón) y aceptables (Nàstic, Zaragoza). Y entonces llegó la victoria en Córdoba. El experimento del Heliodoro Rodríguez se mostró en su máximo apogeo y Vázquez se sintió respaldado por los tres puntos. Ahí firmó su sentencia de muerte. Creyó que el equipo podría volver a ganar sin proponer más que sus rivales, esperando siempre el error del contrincante. Se consiguió un meritorio empate ante el Sevilla Atlético en casa, después de remontar un 0 a 2, pero el gallego dinamitó el poco crédito que le quedaba con las derrotas en Elche y en casa frente al Valladolid. Vázquez renegó de la idea que él mismo había construido y abrazó un resultadismo sin resultados que le apartaron del banquillo bermellón y colocaron al equipo al borde del abismo.
La llegada de Olaizola supuso una dosis de ilusión para los aficionados. Tras dos derrotas a domicilio, que yo quiero considerar casi como de pretemporada, los del Vasco arrancaron 2017 con victoria y cosecharon un más que meritorio empate en el último partido de liga ante el Getafe. Unos pueden pensar que el equipo ha sumado 4 de 12 desde la llegada de Olaizola. Yo prefiero ser más optimista y considerar que se han sumado 4 puntos en los dos últimos partidos. La clasificación no varía, pero el mensaje y la energía que se transmite son totalmente diferentes.
La rueda ha recorrido el círculo completo y todo vuelve a empezar. El Reus vuelve a asomar y, esta vez, nadie ha pronunciado la palabra maldita. Ya está bien así.
*Artículo publicado en Fútbol desde Mallorca el 19 de Enero de 2017.