Sufriendo, no podía ser de otra manera, el Mallorca arrancó con victoria una nueva temporada, sí, ahora, el día de Reyes, en la que el único objetivo debe ser la permanencia. Los tres puntos frente al Mirandés deben servir para calmar los ánimos, coger confianza y encarar una segunda vuelta repleta de curvas.

El partido empezó raro. Al Mallorca le faltaba la chispa necesaria en un choque a vida o muerte contra un rival directo por evitar el descenso. El equipo de Olaizola es un grupo con la autoestima por los suelos y una falta de atrevimiento importante. Los jugadores se muestran acobardados, timoratos. Nadie asume la responsabilidad y el balón acaba mareado de tanto ir y venir sin un destino claro. Porque los que saben, no se atreven. Y tiene que ser James, un chico del filial, el único con los arrestos suficientes para encarar al contrario y desbordar de vez en cuando. Mención aparte merece Moutinho. Un jugador con tanta clase, digámoslo así, que quizá no es apto para jugar en Segunda División.

La lesión de Culio obligó al Mallorca a practicar un juego más directo. Es este juego menos vistoso, más rudimentario, a lo único a lo que puede aspirar ahora mismo el conjunto barralet. Y ahí es donde emergió la figura de Dejan Lekic. Sus 193 centímetros de altura, no lo vamos a negar, ralentizan y entorpecen su juego con los pies, pero le convierten en la diana perfecta para que sus compañeros puedan sacar el balón desde atrás.

El Mallorca apretó durante los últimos quince minutos de la primera parte. Lekic y Raíllo no estuvieron acertados en sendos remates de cabeza, mientras que Juan Rodríguez se topó con un espectacular Roberto en su disparo a bocajarro. Se llegaba al descanso con el resultado inicial y el run run se instalaba en la grada de Son Moix. Los locales lo intentaron al comienzo de la segunda mitad, pero a la falta de acierto se le sumaron los nervios y el cansancio. No fue hasta el minuto 81 cuando Saúl, buen debut el suyo, colocó un centro perfecto al corazón del área. Lekic emergió del frío y de un gran testarazo hizo estallar la grada y respirar de alivio a más de un aficionado. Pero nada es sencillo para este equipo. En unos minutos finales de auténtico infarto, el travesaño de Cabrero repelía el tanto burgalés y propiciaba la contra final que Lago se encargaba de convertir en el definitivo 2 a 0. Tres puntos de oro que deben servir a Olaizola para recuperar anímicamente a un grupo tocado, pero afortunadamente para el mallorquinismo, no hundido.

*Columna de opinión publicada en El Mundo – El Día de Baleares el 8 de Enero de 2017.