La igualdad en esta Segunda División significa que el Mallorca le puede ganar a cualquiera, no sólo que cualquiera le pueda ganar al Mallorca. La paridad de la competición ha servido, hasta la fecha y con todos los entrenadores que han pasado desde el descenso, para justificar empates, derrotas y planteamientos conservadores, pero nunca como un acicate, como un elemento motivador más que aumente las posibilidades de victoria del equipo. Porque dos derrotas y una victoria jugando a ganar suman los mismos puntos que tres empates jugando a no perder, pero el mensaje lanzado es radicalmente opuesto y el poso de satisfacción que deja en el aficionado es evidente.

Hay que intentarlo. No queda otra. La igualdad como excusa tiene que quedar atrás. A los tres puntos se va y se vuelve a través del fútbol, de la intensidad, de la motivación. Porque para ganar, salvo en contadísimas ocasiones, hay que proponer algo más que el rival. Porque salir a ganar no te garantiza la victoria, pero te acerca a ella. ¿Y a domicilio? A domicilio también. Ya no están Atocha ni el viejo Las Gaunas, donde el calor y la cercanía del público sí podían ser determinantes. Campos de fútbol. De un fútbol sincero, pasional, auténtico. Hierba y barro. No hacía falta nada más para escribir una epopeya.

Y de eso algo entiende él. Vasco de nacimiento, mallorquín de adopción, Javier Olaizola encarna unos valores que añora la parroquia bermellona. Una afición cansada, fatigada. Deseosa, simplemente, de sentirse orgullosa de su equipo cada semana. Incluso en la derrota. En esa derrota bravía, donde no cabe un solo reproche y que te impulsa a mostrar con más orgullo del habitual el escudo que descansa sobre el pecho. Un escudo que no garantiza el maldito ascenso. Ni falta que hace. Este escudo exige. Exige compromiso. Exige sacrificio. Exige lucha.

*Artículo publicado en Fútbol desde Mallorca el 8 de Diciembre de 2016.