Las derrotas cada vez duelen menos. Las críticas y los pitos se han convertido en la banda sonora que nos conduce hacia lo inevitable. Ese destino que se acerca y nos engulle. Que arrasa con todo lo que encuentra a su paso y hace mella en la afición. Una afición humillada, maltratada y traicionada hasta límites obscenos. Sin héroes a los que aferrarse, cada vez más distante de su equipo. Y no es la derrota la causante de este divorcio. Lo son el ridículo, la bufonada constante, la opereta de mal gusto que, durante casi ya un lustro, se viene interpretando desde el club. Porque todo tiene un límite. Porque a base de golpes, hasta el hierro se quebranta.