Seré yo. Puede ser. Ingenuo de natural, pardillo la mayoría de las veces, mi optimismo me ha granjeado ya un gran número de desilusiones. Avisados están, pues, cuando les confieso, así, entre susurros, que el domingo frente al Alcorcón me pareció descubrir un equipo con cierta alma. Un equipo que en casa, a base de esfuerzo y tesón, no siempre de la manera más elegante y ordenada, se mueve bajo la imperiosa necesidad de ir a por la victoria. Lo sé, ya se lo advertí. Volví a confundir a los molinos con gigantes. O no.
Subir hasta Son Moix se había convertido en una auténtica penitencia en los últimos años. Penitencia voluntaria, sí, pero penitencia al fin y al cabo. Derrotas, humillaciones, hastío en definitiva. Ni fútbol ni resultados. La nada. En ocasiones uno deseaba el fracaso definitivo que hiciera estallar el club en mil pedazos. La reconstrucción total se antojaba más ilusionante que unas reformas chapuceras condenadas al fracaso.
De un tiempo a esta parte algo ha cambiado. Hablo de gestos, de detalles que habían quedado olvidados. Esa carrera por un balón imposible, la rabia con la que se celebran algunos goles o la intensidad que muestran los jugadores para recuperar el balón. Destellos imprescindibles para atraer a una afición tan desencantada como justa. Ahí está la ovación frente al Real Oviedo, aun incluso cuando el equipo no pasó del empate. Si es que, incluso, en alguna ocasión, el público ha empezado a animar al equipo sin necesidad de los aplausos enlatados del speaker.
Las dos últimas victorias frente al Alcorcón en casa se han resuelto de la misma manera. 1 a 0 para los locales, con gol de penalti. Pero imagínense si han cambiado las cosas, que el pasado mes de enero el que provocó la pena máxima fue un Moutinho que el pasado domingo ni se vistió de corto. Juzguen ustedes mismos.
No sé hasta dónde llegará el Mallorca. No sé si subiremos a Primera o volveremos a pelear por evitar el descenso. Eso, ahora mismo, queda demasiado lejos. Sólo sé que frente al Zaragoza, en el próximo partido en Palma, voy a subir a Son Moix con la certeza de que mi equipo le puede ganar a cualquiera. Como antaño, en nuestro querido Lluis Sitjar, cuando en el minuto 94 Stosic se disponía a lanzar una falta desde la frontal.
Adiós a los «aplausos enlatados». Los aficionados tampoco deben incurrir en prácticas animatorias dopantes.
Doncs a picar de bambelletes, no costa res si de tant en tant hom gaudeix d’un bon partit.
Enhorabona Luigi per el teu Herald*!
*Por lo pronto el Herald más leído de la isla. 🙂
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