Molango irrumpió con fuerza, eclipsando incluso la chequera de Robert Sarver. El CEO salió casi indemne de la agónica salvación en Pucela en la última fecha del curso pasado. Todavía descansaba en la retina de la parroquia bermellona su fulgurante actuación durante el mercado invernal y en su figura reposaba la ilusión de unos tiempos mejores que estaban por llegar.

Con todo el verano por delante, Maheta se puso a lo que sabe: a trabajar. Y de eso sabe mucho, no lo podemos negar. Sus días duran más de 24 horas y tiene el don de la ubicuidad. Altas, bajas y Players Lounge de por medio, el club parecía alcanzar una estabilidad perdida con el descenso de categoría. El Mallorca ha mejorado su red de ojeadores, sus instalaciones vuelven a lucir un tapete digno de un equipo profesional y se está intentando recuperar el apego de los mallorquines por la entidad deportiva más representativa de las Islas. Y todo esto es bueno. Muy bueno.

Pero el suizo debe aprender todavía el valor del silencio, infinitamente superior al de las palabras huecas. Su sobreexposición mediática le está empezando a pasar factura y ha entrado en terreno pantanoso. A pesar de que da la sensación de que siempre sale victorioso en la disputa dialéctica, la retórica de Maheta Molango es mecánica, monótona. Se sabe demasiado bien su discurso.

Y es que Molango no ha sido bendecido con la gracia del mallorquinismo de cuna, ese que se fragua a base de golpes y desilusiones, salpicado de alguna gesta memorable. Y no es su culpa, nadie es perfecto. Maheta se esfuerza por sonar apasionado y comprometido, lo intenta. No me cabe la menor duda. Pero aquí el trabajo ni los méritos garantizan nada. Estamos hablando de un don.

Debemos ser conscientes de la carencia de Molango. A nosotros nos toca dejarle trabajar y a él ir aprendiendo de sus propios errores. Todavía estamos a tiempo de que su gestión le reporte al Mallorca grandes beneficios. Maheta debe exponerse menos, y cuando lo haga, parecer más humano, más sincero, más corriente. Pensar menos y seguir más su instinto. Sólo así, algún día, si ese continúa siendo su deseo, podrá convertirse en un auténtico mallorquinista. Que la fuerza le acompañe.